viernes, 21 de octubre de 2022

El miedo





Desde que el mundo es mundo, el cuerpo ha sido el centro de un sin fin de preocupaciones, atenciones y constantes conflictos. Desde lo sexual, pasando por la alimentación, la higiene, el tipo de vestimenta que se podía usar hasta la manera en que se debía gestionar la risa de las niñas, el caminar decente o lucir un peinado, la moral siempre ha estado vigilante y alerta ante los posibles cambios. Por eso, no debemos perder de vista que la manera en que nos imaginamos al “otro” es producto de un canon construido con anterioridad. Es decir, la idea de “puto”, “degenerado”, “sucio moral”, “pervertido”, está instalada en nuestro cuerpo con antelación. Gracias a un proceso de introyección, los cuerpos que somos, asumimos “dispositivos” estratégicos que hacen posible una relación específica de poder y de saber. Entonces, es fácil entender las razones para discriminar a los indígenas, destruir sus hogares, expulsarlos de sus tierras y arrinconarlos en avenidas oscuras donde niños y niñas son violados sistemáticamente.

Cuando abrimos los ojos, miramos un mundo que hemos cimentado con ideas previas.  Y esto lo han sabido desde tiempos inmemoriales aquellos que necesitan controlar los cuerpos. Si no se controlan los cuerpos, el poder se vuelve ineficiente. 

De ahí que las empresas totalitarias son animadas por el miedo al otro, al diferente. Y ese miedo se mete en lo más profundo de la médula espinal y hace que todo el cuerpo se posicione en alerta y a la espera de que los degenerados, sucios morales y zombis ganen la tierra de la mano de los ODS 2030-ONU.Cuando el miedo gana a la razón, desaparece el ánimo de dialogar y de ser tolerantes. Es bueno recordar que desde el siglo XVIII los tratados de urbanidad invadieron los programas de estudios de todos los países que se auto denominaban “decentes”. Las buenas maneras, el trato cordial, y el estudio minucioso de las “formas” más adecuadas de relacionarse, estaban consignadas en los libritos que todo niño y niña debía conocer y respetar.

 Los cuerpos improntados por las ideas de estos tratados crecieron a la luz de valores “inmaculados” y extremo “excelsos”. Si bien es cierto que estos "educados cuerpos panoptizados" terminan gestionando dos guerras mundiales, la idea de lo decente sin embargo, persistirá a pesar de los escombros y muerte que quedaron por doquier. Luego, de manera paulatina, una parte del mundo fue abriéndose a nuevas perspectivas.  De a poco aquellos aciagos años en que los cancerberos vigilaban a los niños y a  fuerza de sujeciones y estigmatizaciones exigían de manera rabiosa, “decencia”, “decoro” y “pulcritud”, fueron dando paso a una educación cada vez más autónoma, sincera y muy especialmente libre de sujeciones teológicas y muy cerca de valores cívicos y sociales.  



Un par de décadas atrás, llevar barba era un acto subversivo que se podía pagar hasta con la misma vida. Usar pantalón blanco era profanar la hombría y sepultar la virilidad…y ni qué decir del pelo largo, opción emparentada con el horror (rock-satanás), desvarío (patología), vergüenza (suciedad), debilidad (afeminado)…y otros muchos calificativos. Hoy estamos “intentando” vivir una época marcada por enormes conquistas que guardan relación con nuestros derechos humanos fundamentales. La gestión de nuestro destino ha cambiado. Cada día nuestro cuerpo nos pertenece un poco más. Según pasen los días y los años, la maravillosa autonomía corporal será una plena realidad pese a quien le pese. Y para colmo, en nuestro país contamos con una Carta Magna donde se deja constancia -con claridad- que la expresión de la personalidad y la construcción de una identidad es un derecho y nunca podría ser “delito”. 

Hoy convivimos con muchos principios que en su momento fueron considerados "peligrosos", "inmorales", "monstruosos" y "anormales". Vale como ejemplo un botón; la conquista del uso del pantalón por parte de las mujeres. A esta altura nos olvidamos que durante tanto tiempo las mujeres fueron exigidas a llevar atuendos "decentes"...

Por ello, exhortar a los gobiernos que eliminen las barreras que deben sortear los homosexuales, bisexuales y transexuales a la hora de intentar acceder a los espacios de poder y otros ámbitos de la vida pública, no debería ser un problema. Asimismo, pedir que nadie sea molestado en su vida privada por sus opciones, no podría ser motivo de tan majestuoso “horror metafísico” y “terrorismo teológico”. 



En este país todos los días, algunos “decentes” atentan contra la libre expresión del cuerpo. Resulta sumamente amargo corroborar que miles de personas son requeridas, criticadas o estigmatizadas desde la moral de los que se arrogan la gerencia hegemónica del “cuerpo del otro”.  En ese sentido, causa profunda tristeza y una descomunal vergüenza corroborar que  hemos retrocedido en el tiempo. Si seguimos así, no debería llamarnos la atención que en breve se llame a un referéndum para votar si los homosexuales son personas o animales. En el siglo XVI de Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas esto ya pasó, pero algunos todavía no se han enterado. Al ser así, perviven las ideas del primero cuando afirma que las “civilizaciones perfectas” deben regir el destino de los “imperfectos”. De otra manera no se explica las razones que mueven a una parte importante de la ciudadanía a vociferar a favor de la “eutanasia de la expresión” y el “aborto de la autonomía”. La diversidad no se administra desde una “moral única”. Todos los calificativos que los hipócritas blandieron para argumentar el control  de cuerpos ajenos, es una muestra clara que “el pasado habitó entre nosotros y se hizo presente y futuro”.  Las sociedades actuales han evolucionado de la mano de las libertades fundamentales y las que se resisten, indefectiblemente sucumbirán en las temerarias fauces de la tolerancia y el respeto. 

Harold Laski dice que “la libertad significa expresar sin trabas la propia personalidad, y el secreto de la libertad reside en el coraje, nadie permanecerá mucho tiempo libre si no protesta ante lo que tiene por injustica”. Si en estos tiempos que corren, no resulta para nada incómodo que los índices de pobreza, desnutrición, muerte por falta de servicios básicos como agua potable o presencia  de hospitales en zonas vulnerables importe menos que la opción sexual de las personas, definitivamente estamos errados. Si las ideas de interculturalidad, tolerancia, respeto y no discriminación hacen saltar la moral escandalizándola hasta límites insospechados atacando un Plan de Transformación Educativa que incluso todavía no nació, entonces, los grandes y verdaderos dramas de injusticia e inequidad seguirán persistiendo.  

Si callamos ante los imponderables más capitales, los grandes intereses darán por descontado que el silencio es consecuencia del no tener nada que decir. Nuestra aquiescencia nos está convirtiendo en lo que tanto tememos; seres del pasado. De igual forma que Tirika nos ha despertado para sentirnos parte de un país y un proyecto, la educación debería acercarnos en nuestra diversidad y juntos construir un Estado Social de Derecho a la altura de los tiempos.