¿Es La condición
humana una tela cromática de variada textura que según se vaya palpando en su compleja
extensión, cambia? ¿El tejido que finge unidad,
olvida los finos y orgullosos hilos que la componen y oculta a su vez, delicadas
y vanidosas hebras? ¿La urdimbre, la trama, el lienzo mismo de la vida humana
en su lucha contra la muerte es también la guerra contra los impulsos más
profundos que se entremezclan con la ferocidad del conato desparramado en
ansias de poder, deseo, odio, resentimiento…? ¿La condición humana se retrata
únicamente desde los límites de la ambición humana? ¿Y qué pasaría si revisáramos
la condición humana indagándola a profundidad hasta límites insospechados? ¿Nos
encontraríamos con un tejido/hilo/hebra/fragmento/ desparramados por doquier? Pero
¿Qué técnicas desplegar para intentar tan siquiera captar una porción minúscula
de aquella dificultosa instancia? ¿Cómo hacer para sumergirse en las honduras
de la vida y a la vez hacer arte?
Intentaré
enumerar a sabiendas que lo he presenciado.
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El del rostro, el más accesible y cercano. Las
miradas y sus resultas. El viaje hacia todos los lados. El poder que vincula y
garantiza esa unión entre el actor y los espectadores.
-
El de las manos y sus infinitas posibilidades. En
fin, el del cuerpo y sus inagotables combinaciones, en sintonía con las ideas,
en andariveles con otros cuerpos, en este caso en solitario pero descompuesto
en otros cuerpos; siempre expresivo. Cuerpo que habla, que baila, que sufre,
que odia, que muere y vive mil vidas a su vez.
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Luego, la que se plasma a manera de impronta, la
que se verbaliza, ordenándolo o anarquizando, civilizando o barbarizando; la
identidad, el orgullo, la historia, la pretensiones, las maldiciones, todo. Sin
la palabra hasta la fuerza carece de sentido. La palabra es la escalera que nos
conduce a lo insondable. La voz del actor es la forma de la historia.
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Pero, entre los muchos lenguajes, destaca aquel que
no se expresa ni se escucha; el de la imaginación. El actor propicia con su
arte destellos maravillosos, y a veces extraños, dolorosos, pero repletos de conexiones
radiantes. Así, por un momento en una sala de teatro, atípica por su belleza, ante
un actor en solitario, la maravilla del arte entonces es capaz de emerger, crear,
destruir, consagrar, maldecir, liberar, apresar, distinguir, esclavizar, honrar,
elevar, hundir, rememorar, olvidar, condenar, pero sobre todo, hacer pensar.
La obra se llama
“Historia de un jabalí”, unipersonal escrito por Gabriel Calderón y presentado
en escena por el gran actor Jorge Báez. Si bien la historia gira alrededor de un
texto de William Shakespeare, finalmente, la verdadera historia es aquella que
la obra -de la mano del actor-es capaz de hacer brotar en cada uno de los
espectadores. La obra es bella. La actuación precisa, contundente y sutil. El
actor en su genial desempeño desaparece, se diluye. Emerge un personaje
radiante de esos que te marcan por mucho tiempo.
No pensé encontrarme
con una obra de semejante calado, tan necesaria para estos tiempos. Y lo
encontré en un viejo almacén de barrio. La ambientación es sobria pero más
adecuada no podría ser. Cada detalle está pensado para que incida en la obra de
tal forma a conformar un todo. El salón acomodado para fines artísticos es un
espacio delicioso, mágico que recoge el encanto de los tiempos idos pero con el
aurea de los espacios donde el arte se siente cómodo y los artistas desaparecen
y viven los personajes para regocijo de los que los contemplamos. Teatro viene del
griego: θέατρον, théatron o «lugar
para contemplar» derivado de θεάομαι,
theáomai o «mirar»).
Local: “El otro teatro” (Tacuary 1046 e/ Manuel Ortiz
Guerrero).
Hora: 21 hs.
Reservas al teléfono 0991 166694.
De ahí que las empresas totalitarias son animadas por el miedo al otro, al diferente. Y ese miedo se mete en lo más profundo de la médula espinal y hace que todo el cuerpo se posicione en alerta y a la espera de que los degenerados, sucios morales y zombis ganen la tierra de la mano de los ODS 2030-ONU.Cuando el miedo gana a la razón, desaparece el ánimo de dialogar y de ser tolerantes. Es bueno recordar que desde el siglo XVIII los tratados de urbanidad invadieron los programas de estudios de todos los países que se auto denominaban “decentes”. Las buenas maneras, el trato cordial, y el estudio minucioso de las “formas” más adecuadas de relacionarse, estaban consignadas en los libritos que todo niño y niña debía conocer y respetar.
Los cuerpos improntados por las ideas de estos tratados crecieron a la luz de valores “inmaculados” y extremo “excelsos”. Si bien es cierto que estos "educados cuerpos panoptizados" terminan gestionando dos guerras mundiales, la idea de lo decente sin embargo, persistirá a pesar de los escombros y muerte que quedaron por doquier. Luego, de manera paulatina, una parte del mundo fue abriéndose a nuevas perspectivas. De a poco aquellos aciagos años en que los cancerberos vigilaban a los niños y a fuerza de sujeciones y estigmatizaciones exigían de manera rabiosa, “decencia”, “decoro” y “pulcritud”, fueron dando paso a una educación cada vez más autónoma, sincera y muy especialmente libre de sujeciones teológicas y muy cerca de valores cívicos y sociales.
Hoy convivimos con muchos principios que en su momento fueron considerados "peligrosos", "inmorales", "monstruosos" y "anormales". Vale como ejemplo un botón; la conquista del uso del pantalón por parte de las mujeres. A esta altura nos olvidamos que durante tanto tiempo las mujeres fueron exigidas a llevar atuendos "decentes"...
Por ello, exhortar a los gobiernos que eliminen las barreras que deben sortear los homosexuales, bisexuales y transexuales a la hora de intentar acceder a los espacios de poder y otros ámbitos de la vida pública, no debería ser un problema. Asimismo, pedir que nadie sea molestado en su vida privada por sus opciones, no podría ser motivo de tan majestuoso “horror metafísico” y “terrorismo teológico”.
En este país todos los días, algunos “decentes” atentan contra la libre expresión del cuerpo. Resulta sumamente amargo corroborar que miles de personas son requeridas, criticadas o estigmatizadas desde la moral de los que se arrogan la gerencia hegemónica del “cuerpo del otro”. En ese sentido, causa profunda tristeza y una descomunal vergüenza corroborar que hemos retrocedido en el tiempo. Si seguimos así, no debería llamarnos la atención que en breve se llame a un referéndum para votar si los homosexuales son personas o animales. En el siglo XVI de Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas esto ya pasó, pero algunos todavía no se han enterado. Al ser así, perviven las ideas del primero cuando afirma que las “civilizaciones perfectas” deben regir el destino de los “imperfectos”. De otra manera no se explica las razones que mueven a una parte importante de la ciudadanía a vociferar a favor de la “eutanasia de la expresión” y el “aborto de la autonomía”. La diversidad no se administra desde una “moral única”. Todos los calificativos que los hipócritas blandieron para argumentar el control de cuerpos ajenos, es una muestra clara que “el pasado habitó entre nosotros y se hizo presente y futuro”. Las sociedades actuales han evolucionado de la mano de las libertades fundamentales y las que se resisten, indefectiblemente sucumbirán en las temerarias fauces de la tolerancia y el respeto.
Harold Laski dice que “la libertad significa expresar sin trabas la propia personalidad, y el secreto de la libertad reside en el coraje, nadie permanecerá mucho tiempo libre si no protesta ante lo que tiene por injustica”. Si en estos tiempos que corren, no resulta para nada incómodo que los índices de pobreza, desnutrición, muerte por falta de servicios básicos como agua potable o presencia de hospitales en zonas vulnerables importe menos que la opción sexual de las personas, definitivamente estamos errados. Si las ideas de interculturalidad, tolerancia, respeto y no discriminación hacen saltar la moral escandalizándola hasta límites insospechados atacando un Plan de Transformación Educativa que incluso todavía no nació, entonces, los grandes y verdaderos dramas de injusticia e inequidad seguirán persistiendo.
Si callamos ante los imponderables más capitales, los grandes intereses darán por descontado que el silencio es consecuencia del no tener nada que decir. Nuestra aquiescencia nos está convirtiendo en lo que tanto tememos; seres del pasado. De igual forma que Tirika nos ha despertado para sentirnos parte de un país y un proyecto, la educación debería acercarnos en nuestra diversidad y juntos construir un Estado Social de Derecho a la altura de los tiempos.
“¡Oh, qué maravilla!¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!¡Cuán bella es la humanidad!¡Oh, mundo feliz,en el que vive gente así.”La Tempestad, Acto V,William Shakespeare
"Lo que empuja a la gente a los brazos de los diferentes tipos de profetas de la impostura no es solamente la necesidad de dependencia es también su deseo de reforzar esa dependencia, de no tener que decidir sobre sus propios asuntos" T. Adorno