lunes, 25 de septiembre de 2023

¿Jorge Báez es un jabalí llamado Ricardo?

 






¿Es La condición humana una tela cromática de variada textura que según se vaya palpando en su compleja extensión, cambia?  ¿El tejido que finge unidad, olvida los finos y orgullosos hilos que la componen y oculta a su vez, delicadas y vanidosas hebras? ¿La urdimbre, la trama, el lienzo mismo de la vida humana en su lucha contra la muerte es también la guerra contra los impulsos más profundos que se entremezclan con la ferocidad del conato desparramado en ansias de poder, deseo, odio, resentimiento…? ¿La condición humana se retrata únicamente desde los límites de la ambición humana? ¿Y qué pasaría si revisáramos la condición humana indagándola a profundidad hasta límites insospechados? ¿Nos encontraríamos con un tejido/hilo/hebra/fragmento/ desparramados por doquier? Pero ¿Qué técnicas desplegar para intentar tan siquiera captar una porción minúscula de aquella dificultosa instancia? ¿Cómo hacer para sumergirse en las honduras de la vida y a la vez hacer arte?

Intentaré enumerar a sabiendas que lo he presenciado.

-          El del rostro, el más accesible y cercano. Las miradas y sus resultas. El viaje hacia todos los lados. El poder que vincula y garantiza esa unión entre el actor y los espectadores.

-          El de las manos y sus infinitas posibilidades. En fin, el del cuerpo y sus inagotables combinaciones, en sintonía con las ideas, en andariveles con otros cuerpos, en este caso en solitario pero descompuesto en otros cuerpos; siempre expresivo. Cuerpo que habla, que baila, que sufre, que odia, que muere y vive mil vidas a su vez.

-          Luego, la que se plasma a manera de impronta, la que se verbaliza, ordenándolo o anarquizando, civilizando o barbarizando; la identidad, el orgullo, la historia, la pretensiones, las maldiciones, todo. Sin la palabra hasta la fuerza carece de sentido. La palabra es la escalera que nos conduce a lo insondable. La voz del actor es la forma de la historia.

-          Pero, entre los muchos lenguajes, destaca aquel que no se expresa ni se escucha; el de la imaginación. El actor propicia con su arte destellos maravillosos, y a veces extraños, dolorosos, pero repletos de conexiones radiantes. Así, por un momento en una sala de teatro, atípica por su belleza, ante un actor en solitario, la maravilla del arte entonces es capaz de emerger, crear, destruir, consagrar, maldecir, liberar, apresar, distinguir, esclavizar, honrar, elevar, hundir, rememorar, olvidar, condenar, pero sobre todo, hacer pensar.

 Permítanme repetir la misma pregunta ¿Cómo hacer para sumergirse en las honduras de la vida y a la vez hacer arte? Y ahora permítanme volver a responder.

La obra se llama “Historia de un jabalí”, unipersonal escrito por Gabriel Calderón y presentado en escena por el gran actor Jorge Báez. Si bien la historia gira alrededor de un texto de William Shakespeare, finalmente, la verdadera historia es aquella que la obra -de la mano del actor-es capaz de hacer brotar en cada uno de los espectadores. La obra es bella. La actuación precisa, contundente y sutil. El actor en su genial desempeño desaparece, se diluye. Emerge un personaje radiante de esos que te marcan por mucho tiempo.

No pensé encontrarme con una obra de semejante calado, tan necesaria para estos tiempos. Y lo encontré en un viejo almacén de barrio. La ambientación es sobria pero más adecuada no podría ser. Cada detalle está pensado para que incida en la obra de tal forma a conformar un todo. El salón acomodado para fines artísticos es un espacio delicioso, mágico que recoge el encanto de los tiempos idos pero con el aurea de los espacios donde el arte se siente cómodo y los artistas desaparecen y viven los personajes para regocijo de los que los contemplamos. Teatro viene del griego: θέατρον, théatron o «lugar para contemplar» derivado de θεάομαι, theáomai o «mirar»).

 

Local: “El otro teatro” (Tacuary 1046 e/ Manuel Ortiz Guerrero).

Hora: 21 hs.

Reservas al teléfono 0991 166694.